VI Domingo de Pascua

Ciclo B

5 de mayo de 2024

Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. La síntesis de los mandamientos, que Jesús mismo había señalado en el amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a uno mismo, se presenta con una novedad que todo lo integra y todo lo transforma. En su propia persona. Como yo los he amado. En efecto, el amor al que se nos llama resulta siempre demandante. Incluso nos parece imposible. Pero de pronto es el amor que vemos ejecutado en el misterio mismo de nuestro Señor Jesucristo. El que nos ha amado. El que nos ama como el Padre lo ama a Él. El que nos llama a permanecer en su amor y cumplir sus mandamientos. El que nos ha manifestado el amor más grande. En efecto, nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Y ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando.

Nunca agotaremos el misterio del amor. Ya nos resulta admirable cuando experimentamos y estudiamos nuestras propias pulsiones interiores. Las del amor humano, que por familiares que nos resulten, y a pesar de su fragilidad e inconsistencia, esconden siempre el sentido de nuestra existencia, sus máximas posibilidades y, a la vez, sus más hondos abismos. Que no dejan de ser, en realidad, reflejo de la imagen y semejanza de Dios que nos constituye. Que permean todas nuestras intenciones y actividades. Que se esconden, incluso, en las manifestaciones más sutiles de nuestras interacciones diarias. Pero a este amor humano se le añade la manifestación del amor divino. Sabemos por Jesús que Él es amado por el Padre. Más aún, que sólo quien ama puede conocer a Dios, porque Dios es amor. De modo que el suyo es siempre el amor primero, fundamental, sobre el que se edifica el nuestro y desde el que asume la energía para poder realizarse. ¡Dios es amor! No se trata de una simple frase bella, que nos conmueve e invita a la piedad. Es la expresión que desvela su misterio, y, al ser afín a nuestra propia inclinación, nos invita a reconocerlo de alguna manera presente en lo más profundo de nuestra propia vida.

Es entonces que al amor humano, reflejo del divino, y al amor divino, manifestado por el Señor, se les añade en la revelación el amor de Jesucristo. Amor divino y humano. Amor supremo, amor pleno. Amor perfectamente divino, que reconoce su fuente inagotable en el Padre, y amor perfectamente humano, que ejecuta las máximas posibilidades de la generosidad en la Creación. Y, sin embargo, no dos amores, uno divino y otro humano, sino un mismo amor, el de Jesucristo, Hijo de Dios y verdadero hombre, en cuyo corazón late el designio divino y en cuya alabanza se cumple el culto perfecto a Dios; amor personal que desborda sobre la humanidad toda bendición divina y que hace accesible a nuestra pequeñez el misterio insondable de Dios. Amor definitivo e irrecusable, en el que el sentido del universo se manifiesta como generosidad originaria, consistencia bondadosa, orientación de plenitud. Que nos hace descubrir el sentido de todo principio y de toda finalidad en la armonía, la comunión y la alegría que el Señor quiere compartirnos, de la que ha dispuesto hacernos partícipes, para la que nos habilita.

Este amor admirable se convierte para nosotros en mandamiento e invitación. Mandamiento porque cumple nuestra naturaleza. Invitación porque hemos de realizarla en libertad. “Permanezcan en mi amor”, llama Jesús. “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado”. Y entonces entraremos en la lógica y en la belleza de su amistad. Es lo mismo que el apóstol asumió, convencido por su relación con Jesús, y que convirtió en estrella para sus comunidades, al decirle a sus queridos hijos: “Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Si no hay para la inteligencia y para la voluntad humanas objeto superior que Dios mismo, la luz que nos mueve a contemplarlo será también el fuego que nos abrace en comunión con Él, y será dicha perenne en la sorpresa permanente de haber sido amados primero por él, del asombro insondable de la entrega del Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados, y de la posibilidad de estrechar con los hermanos los lazos de ese mismo amor, que nos hace plenos.

La Pascua es amor. La Eucaristía es amor. Aquí se concentra la disponibilidad de toda presencia, la fecundidad de toda entrega, la eficacia de toda comunión. Aquí la palabra cobra su fuerza y los signos revisten elocuencia incontestable. Aquí el Espíritu nos abre a lo insospechado y la dulce memoria del nombre de Jesucristo cautiva al unísono los corazones. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia nosotros. Su Espíritu nos alcanza. Permanezcamos en su amor.

Lecturas

Del libro de los Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48)

En aquel tiempo, entró Pedro en la casa del oficial Cornelio, y éste le salió al encuentro y se postró ante él en señal de adoración. Pedro lo levantó y le dijo: “Ponte de pie, pues soy un hombre como tú”. Luego añadió: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere”. Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Al oírlos hablar en lenguas desconocidas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes judíos que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos. Entonces Pedro sacó esta conclusión: “¿Quién puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?” Y los mandó bautizar en el nombre de Jesucristo. Luego le rogaron que se quedara con ellos algunos días.

Salmo Responsorial (Sal 97)

R/. El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad. Aleluya.

Cantemos al Señor un canto nuevo,
pues ha hecho maravillas.
Su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria. R/.

El Señor ha dado a conocer su victoria
y ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios
su amor y su lealtad hacia Israel. R/.

La tierra entera ha contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Que todos los pueblos y naciones
aclamen con júbilo al Señor. R/.

De la primera carta del apóstol san Juan (4,7-10)

Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él. El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados.  

R/. Aleluya, aleluya. El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor; y mi Padre lo amará y vendremos a él. R/.

Del santo Evangelio según san Juan (15,9-17)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena. Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.